Discernimiento 1.0
San Ignacio propone en la primera semana de los ejercicios espirituales unas reglas de discernimiento que son muy útiles como herramienta de aprendizaje del mismo. En el libro de los ejercicios aparecen de modo muy resumido, como es habitual en él. Tal como están escritas, se pueden dividir en tres partes, que son las siguientes:
1a parte: ¿Cómo empezar?
2a parte: Aprender a escuchar el lenguaje del discernimiento.
3a parte: Tres consejos útiles para las tentaciones.
1a parte: ¿Cómo empezar a caminar? Lo que ocurre al principio.
Las dos primeras reglas de los ejercicios espirituales son para los inicios de la vida espiritual. Se aplican a quienes no han comenzado a andar y queiren servir al mundo, y a quienes empiezan a seguir a Cristo. Ponemos a continuación el texto ignaciano:
[314] 1.ª regla. La primera regla: en las personas que van de pecado mortal en pecado mortal, acostumbra comúnmente el enemigo proponerles placeres aparentes, haciéndoles imaginar deleites y placeres de los sentidos, para conservarlos y hacerlos crecer más en sus vicios y pecados; en dichas personas el buen espíritu actúa de modo contrario, punzándoles y remordiéndoles la conciencia por el juicio recto de la razón.
[315] 2.ª regla. La segunda: en las personas que van intensamente purgando sus pecados, y de bien en mejor subiendo en el servicio de Dios nuestro Señor, sucede de modo contrario al de la primera regla; porque entonces es propio del mal espíritu morder (con escrúpulos), entristecer y poner obstáculos, inquietando con falsas razones para que no pase adelante; y propio del buen espíritu es dar ánimo y fuerzas, consolaciones, lágrimas, inspiraciones y quietud, facilitando y quitando todos los impedimentos, para que siga adelante en el bien obrar.
- quienes de «van de pecado mortal en pecado moral», o a quienes el Evangelio les importa muy poco. A estos, el mal espíritu les propone placeres aparentes y tentaciones burdas, para más conservarlos en el vicio. Un texto bíblico donde aparece el papel del mal espíritu, bien puede ser el siguiente de la carta a los Efesios (c. 5):
De la fornicación, la impureza, indecencia o afán de dinero, ni hablar; es impropio de los santos. 4Tampoco vulgaridades, estupideces o frases de doble sentido; todo eso está fuera de lugar. Lo vuestro es alabar a Dios. 5Tened entendido que nadie que se da a la fornicación, a la impureza, o al afán de dinero, que es una idolatría, tendrá herencia en el reino de Cristo y de Dios. 6Que nadie os engañe con argumentos falaces; estas cosas son las que atraen el castigo de Dios sobre los rebeldes. 7No tengáis parte con ellos. 8Antes sí erais tinieblas, pero ahora, sois luz por el Señor. 9Vivid como hijos de la luz, pues toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz. 10Buscad lo que agrada al Señor, 11sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciándolas. 12Pues da vergüenza decir las cosas que ellos hacen a ocultas. 13Pero, al denunciarlas, la luz las pone al descubierto, 14 y todo lo descubierto es luz. Por eso dice: «despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz» (Ef 5, 3-14).
En esta etapa es importante descubrir el mecanismo que usa del demonio, y que los viejos padres del desierto conocieron bien y dieron pautas para luchar contra él. Es el combate espiritual contra los 8 demonios que atacan al hombre por medio de pensamientos sugerentes, con los que si el hombre dialoga, se fijan de tal modo en su corazón que pierde la libertad cayendo en la pasión y siendo arrastrado al pecado. Uno es esclavo de aquello que lee vence. Para conocer este discernimiento, merece la pena leer el tratado práctico de Evagrio Póntico; así se entenderá muy bien este proceso del que él es especialista perspicaz. - La segunda regla plantea la situación de quien va creciendo en virtud. Aquí predomina la acción del buen espíritu mediante la consolación y el ánimo. Y el papel del espíritu maligno es poner dificultades para avanzar. ¿Quién no ha tenido que sufrir y superar todo tipo de dificultades para poner en marcha obras apostólicas, dificultades que pueden provenir del corazón propio o de los amigos, que incluso nos quieren «bien»? San Ignacio enseñó esta regla en una carta que escribió a sor Teresa Rejadell y que se puede consultar en esta web.
Nuestro santo introduce en esta regla la consolación y la desolación, que son el lenguaje que usan el buen y el mal espíritu. Él lo experimentó en carne propia en Loyola, cuando, convaleciente, leyó las vidas de los santos y la Vida de Cristo y su corazón se llenó de alegría; mientras que, al contrario, cuando recordaba los libros de caballerías, y pensaba como iba a cortejar a una dama de alta sociedad, se quedaba triste y sin ilusión.
2ª parte: consolación y desolación el lenguaje del discernimiento
Definiciones:
[316] 3.ª regla. La tercera es de consolación espiritual: llamo consolación cuando en el alma se produce alguna moción interior, con la cual viene el alma a inflamarse en amor a su Criador y Señor, y como consecuencia ninguna cosa criada sobre la faz de la tierra puede amar en sí, sino en el Criador de todas ellas. También es consolación cuando derrama lágrimas que mueven a amar a su Señor, sea por el dolor de sus pecados, o por la Pasión de Cristo nuestro Señor, o por otras cosas ordenadas derechamente a su servicio y alabanza. Finalmente, llamo consolación todo aumento de esperanza, fe y caridad y toda alegría interna que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salud de su alma, aquietándola y pacificándola en su Criador y Señor.
Hay que destacar que la consolación es una gracia de Dios, por lo tanto, un don de lo alto. Se distingue de la emoción, que es una respuesta a un estímulo, por ejemplo, una emoción estética, o un impresionarse vivamente por una descripción de la pasión de Cristo o por su misericordia. Pongamos un ejemplo: en una adoración al santísimo, cuidada, litúrgicamente hermosa, con una buena música, por ejemplo, al escuchar el Ave María de Schubert, se experimenta una alegría, una emoción. Ésta no es necesariamente una consolación espiritual, puede ser simplemente una emoción. Quizá vaya unida a una moción del Espíritu, pero, este discernimiento es delicado. San Ignacio lo tratará más en detalle en las reglas de la segunda semana de los ejercicios espirituales. Aquí bástenos decir que hay dos niveles: el de lo emotivo y el más profundo en el que actúa el Espíritu Santo. Esta distinción, y el análisis que se harán en la segunda semana del mes e ejercicios es importante para evitar a veces tomar decisiones equivocadas basados solo en emociones, y no en mociones del Espíritu Santo.
[317] 4.ª regla. La cuarta, de desolación espiritual. Llamo desolación todo lo contrario de la tercera regla; así como oscuridad del alma, turbación en ella, inclinación por las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones, moviendo a desconfianza, sin esperanza, sin amor, hallándose el alma toda perezosa, tibia, triste y como separada de su Criador y Señor. Porque así como la consolación es contraria a la desolación, de la misma manera los pensamientos que salen de la consolación son contrarios a los pensamientos que salen de la desolación.
Sorprende en la definición de desolación su parecido con el estado de acedia descrito en los escritos de los Santos padres de la Iglesia. Más adelante en las reglas, san Ignacio hablará de las causas por las que se da la desolación, y nos servirá para distinguir dos tipos de desolación: una que prácticamente coincide con la acedia de los padres del desierto, y otra que se puede deber a una prueba espiritual. La primera desolación consiste en una especie de apatía, desgana, tristeza crónica, falta de caridad. Para entender esta primera desolación, en nuestros días hay numerosas publicaciones que tratan de ella, siendo dos de ellas especialmente recomendables: La civilización de la acedia del p. Horacio Bojorge y El demonio del mediodía.
La experiencia de la desolación es la de sentir una falta de caridad, de amor a Dios. El alma que está hecha para el amor a Dios, al no vivirlo, se encuentra en un estado de tristeza interior, que se debe a que nada le satisface. Es un reflejo de la conocida frase de san Agustín en las Confesiones: «nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti«.
Qué hacer en desolación
[318] 5.ª regla. La quinta: en tiempo de desolación nunca hacer cambio, sino estar firme y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día anterior a esa desolación, o en la determinación en que estaba en la anterior consolación porque así como en la consolación nos guía y aconseja más el buen espíritu, así en la desolación el malo, con cuyos consejos no podemos tomar camino para acertar.
[319] 6.ª regla. La sexta: dado por supuesto que en la desolación no debemos cambiar los primero propósitos, aprovecha mucho reaccionar intensamente contra la misma desolación, como por ejemplo insistir más en la oración y meditación, en examinarse mucho, y en alargarnos en algún modo conveniente de hacer penitencia.
[320] 7.ª regla. La séptima: el que está en desolación, considere cómo el Señor le ha dejado en prueba con sus facultades naturales, para que resista a las varias agitaciones y tentaciones del enemigo; pues puede con el auxilio divino, el cual siempre le queda, aunque no lo sienta claramente, porque el Señor le ha quitado mucho fervor, crecido amor y gracia intensa, quedándole, sin embargo, gracia suficiente para la salvación.
[321] 8.º regla. La octava: el que está en desolación, trabaje por mantenerse en paciencia, que es contraria a las molestias que le vienen, y piense que será pronto consolado, con tal de que ponga las diligencias contra esa desolación, como está dicho en la sexta regla.
Este grupo de reglas dan pautas para salir de la desolación o acedia. Las dos primeras van de menos a más, empezando por no escuchar al demonio de la acedia («no hacer mudanza (cambio)») y mudarse (reaccionar) intensamente contra él, esto es, insistir más en la oración, y prácticas similares. Estos estados pueden darse también en comunidades religiosas y grupos apostólicos. Un ejemplo de no escuchar a los pensamientos destructivos en grupos sería no estar todo el día dándose vueltas si mismos y lo mal que estamos…. Y el mudarse contra la desolación, en grupos, supondría proponer actividades ilusionantes y llevarlas a cabo. Esto moviliza el alma contra la acedia.
Las razones de obrar así están en que lo que quiere este mal espíritu es sacar al hombre de su vida espiritual. En los monjes se manifestaba este pensamiento como un deseo de salir del monasterio e irse a otro, donde la comunidad está mejor. Y como es un pecado contra la caridad, esto es, la desolación va directamente contra el amor de Dios, el mudarse contra la desolación es un modo de vivir la caridad.
[322] 9.ª regla. La novena: tres son las causas principales por las que nos hallamos desolados: la primera es por ser tibios, perezosos o negligentes en nuestros ejercicios espirituales, y así por nuestras faltas se aleja la consolación espiritual de nosotros. La segunda, por probarnos para cuánto valemos y hasta dónde nos extendemos en su servicio y alabanza, sin tanta paga de consolaciones y crecidas gracias. La tercera, a fin de darnos verdadera noticia y conocimiento, a saber, para que sintamos internamente que no depende de nosotros traer o tener devoción crecida, amor intenso, lágrimas ni alguna otra consolación espiritual, sino que todo es don y gracia de Dios nuestro Señor; y para que en cosa ajena no pongamos nido, alzando nuestro entendimiento a alguna soberbia o vanagloria, atribuyendo a nosotros la devoción o los otros efectos de la consolación espiritual.
En cuanto a las causas de la desolación (9ª regla), la primera de ellas es de gran importancia: la negligencia en los ejercicios espirituales. Quien no cuida el amor, termina en estado de desolación, no aprecia el amor de Dios, no lo vive, y aparece la pereza del bien: no apetece hacer nada bueno, no apaetece hacer oración, y similares. Es una pereza hacia lo sobrenatural, no necesariamente hacia lo natural, pues no tiene por qué reducir la actividad del hombre.
Sin embargo, las últimas dos causas es la que nos permite distinguir cuándo la desolación es una prueba del Señor o consecuencia de nuestra pereza o negligencia.
Qué hacer en consolación
[323] 10.ª regla. La décima: el que está en consolación piense cómo deberá actuar en la desolación que vendrá después y tome nuevas fuerzas para entonces.
[324] 11.ª regla. La undécima: el que está consolado procure humillarse y abajarse cuanto pueda, pensando para qué poco vale en el tiempo de desolación, sin esa gracia o consolación. Por el contrario, el que está en desolación piense que, con la gracia suficiente, puede mucho para resistir a todos sus enemigos, si toma fuerzas en su Criador y Señor.
Las tres últimas reglas:
[325] 12.º regla. La duodécima: el enemigo se comporta como mujer en que es débil ante la fuerza y fuerte ante la condescendencia. Porque así como es propio de la mujer, cuando riñe con algún varón, perder ánimo y huir cuando el hombre le muestra mucho rostro; y por el contrario, si el varón comienza a huir perdiendo ánimo, la ira, venganza y ferocidad de la mujer es muy crecida y tan desmesurada; de la misma manera es propio del enemigo debilitarse y perder ánimo, huyendo sus tentaciones, cuando la persona que se ejercita en las cosas espirituales pone mucho rostro con las tentaciones del enemigo, haciendo lo diametralmente opuesto; y por el contrario, si la persona que se ejercita comienza a tener temor y perder ánimo en sufrir las tentaciones, no hay bestia tan fiera sobre la faz de la tierra como el enemigo de la naturaleza humana, cuando intenta realizar su dañina intención con tan crecida malicia.
El lenguaje de esta regla diríamos que no es «políticamente correcto» en nuestros días. Sin embargo, es un consejo muy práctico, que en los padres dela Iglesia se llamaba dialogar con los pensamientos. Si uno, se entretiene con la tentación y cae en la curiosidad, ésta le lleva a la pasión, y el hombre pierde la libertad cayendo en el pecado. Este mecanismo está en el orgien de muchas adiciones.
[326] 13.ª regla. La decimotercera: asimismo, se comporta como vano enamorado en querer mantenerse en secreto y no ser descubierto; porque así como el hombre vano, que hablando con mala intención requiere a una hija de buen padre o a una mujer de buen marido, quiere que sus palabras e insinuaciones estén secretas; y lo contrario le disgusta mucho, cuando la hija al padre o la mujer al marido descubre sus vanas palabras e intención pervertida, porque fácilmente deduce que no podrá salir con la empresa comenzada; de la misma manera, cuando el enemigo de la naturaleza humana presenta sus astucias e insinuaciones al alma justa, quiere y desea que sean recibidas y tenidas en secreto; pero le pesa mucho cuando el alma las descubre a su buen confesor o a otra persona espiritual que conozca sus engaños y malicias: porque deduce que, al descubrirse sus engaños manifiestos, no podrá salir con el malvado plan que había comenzado.
Esta regla aparece en Casiano, explicada con una deliciosa historia de una monje que ocultamente va hurtando un pequeño trozo de pan a escondidas, y confesando su hurto sale el demonio de él. Es una regla muy práctica.
[327] 4.ª regla. La decimocuarta: asimismo, se comporta como un caudillo para conquistar y robar lo que desea; porque así como un capitán y caudillo de un ejército en campaña, asentando su campamento y mirando las fuerzas o disposiciones de un castillo le combate por la parte más débil, de la misma manera el enemigo de la naturaleza humana, rodeando mira en torno todas nuestras virtudes teologales, cardinales y morales; y por donde nos halla más débiles y más necesitados para nuestra salvación eterna, por allí nos combate y procura tomarnos.
También esta regla es de la tradición y se encuentra en Casiano.