El integrismo, ¿una opción viable?

Acabo de leer un artículo en la revista Toletana que trata sobre la crítica que hizo Blondel al integrismo[1]. Su autor es Ricardo Aldana, sacerdote, miembro de la Congregación de los Siervos de Jesús. Es un tema de gran actualidad, debido a algunas reacciones que creo que se han dado tras el confinamiento por la epidemia del Coronavirus; me parece que algunas de ellas han caído en él. Es lo que pretendo expresar con la imagen provocadora que acompaña este artículo. Imagen que refleja muchos comentarios y actitudes que se ven en algunas páginas web, y que muestran desafecto hacia el sucesor de Pedro.

Mi opinión es que el integrismo puede convertirse en un problema análogo al que se dio en los años 60-80 por las llamadas teologías del genitivo: la teología de la muerte de Dios, la teología de la secularización, la de la liberación, etc. Estas llegaron a España en los 70, y junto con la infiltración marxista en la universidad y en las órdenes religiosas, se creó un clima difuso, pero muy extendido, en el que una interpretación de la fe vaciaba de contenido el catolicismo, cambió la liturgia, hizo de temas como la entrega al Señor en la vida consagrada un sinsentido, puso en crisis el celibato, etc. No es de extrañar que ese ambiente teológico, citemos por ejemplo a Robinson, y el impacto de su libro Sincero para con Dios, causase una crisis en los seminarios, de la que ahora nos estamos recuperando. El Concilio Vaticano II se interpretó a la luz de estas corrientes, en vez de a la luz de los grandes teólogos como Danielou, Congar, De Lubac, etc., que fueron los verdaderos inspiradores del Concilio. Es sabido que tras el pontificado de Juan Pablo II se sentaron las bases de la interpretación del Concilio y las aguas teológicas volvieron a su cauce.

Hoy creo que hay un peligro emergente de integrismo en la Iglesia Católica que puede tener consecuencias negativas pues ofrece su visión particular de la realidad del modo de vivir el ministerio o toma determinadas acciones pastorales en detrimento de otras. Por ejemplo, si el integrismo llega a los seminarios, los seminaristas puede que tengan conceptos ministeriales en que se dé un primado de lo ritual sobre la configuración con Cristo pastor, con lo que sufriría la dimensión evangelizadora del ministerio sacerdotal que brota de la caridad pastoral, no del ritualismo. Así como la secularización tuvo sus consecuencias, el integrismo puede tener las suyas no solo en la formación de los seminaristas, sino también en la vida de los fieles.

No entiendo por integrismo una herejía formal como lo fueron el arrianismo o el luteranismo. Más bien creo que es una tentación, un modo de pensar o un estado mental, que en mi opinión ha estado presente a largo de toda la historia de la Iglesia. Lo veo más bien como un prejuicio que aun cuando mantiene la literalidad de las formulaciones teológicas, las interpreta y vive de tal manera que fuerza un modo de pensar y vivir rígido en el que no hay libertad y por lo tanto posibilidad de crecimiento. Por ello es un término amplio e impreciso que abarca tanto actitudes ante el devenir de la historia como modos personales de vivir la fe, y se traduce en acciones pastorales determinadas que brotan de una determinada interpretación de la fe.

Blondel sintetiza, en el artículo al que me refiero, de forma interesante los principios intelectuales del integrismo francés. Humildemente creo que se pueden completar también con actitudes psicológicas que se deben tanto a imágenes de Dios implícitas en los principios teológicos integristas como a experiencias vitales personales que tienen relación con la estructura del acto de fe y la historia de la persona. Por poner un ejemplo, la psicología moderna enseña que detrás de posturas rígidas puede esconderse una inseguridad personal debida a figuras paternas deficientes en la infancia.

Síntesis de algunos principios integristas:

A) Epistemológicos

Según Blondel una de las características del integrismo es una epistemología muy simple que identifica el concepto con la realidad. Se parte de que la inteligencia se identifica totalmente con la realidad que conoce. Esto quizá se deba a la necesidad inconsciente de seguridad que tiene la persona integrista, y que es innata a todo hombre, que proviene del miedo a lo desconocido. Este miedo, mecanismo de defensa sano, puede ser vivido de una u otra manera. Puede ser ocasión de enriquecimiento prudente o de empobrecimiento intelectual. En este último caso, al ser lo desconocido fuente de inseguridad, el integrismo tiende a negar la existencia de una realidad a la que nuestro conocimiento no llega.

Sin embargo, la realidad no se agota en mi conocimiento de ella, pues es obvio que hay numerosos factores que limitan mi conocimiento. Por ser parcial siempre habrá cosas que se me escapan, y estas servirán de motivación para profundizar por medio de una sana curiositas. Ahora bien, quien haya tratado de dialogar con quien mantiene esta epistemología habrá visto que es imposible que se reconozcan matices, o se abra a conocer la realidad de lo desconocido y se deje sorprender por el ser que se revela. Frecuentemente el integrista acusará de modernista a quien no limite su conocimiento de la manera que propone este realismo ingenuo empobreciendo así la teología y la experiencia vital. No está de más recordar que tanto De Lubac como Blondel sufrieron persecución en la Iglesia.

No es de extrañar que quien tenga esta epistemología esté incapacitado para el diálogo interreligioso. Puede que sea uno de los factores que están detrás de las criticas tan fuertes que el Papa recibe tras sus encuentros con líderes de otras religiones. A este respecto recuerdo las reflexiones que hace De Lubac en Catolicismo, libro muy recomendable, sobre la necesidad que tienen los misioneros católicos de conocer el Corán para trabajar en los países musulmanes.

Otro ejemplo de las consecuencias de esta epistemología implícita es la falacia argumentativa de llamar a la Misa según el vetus ordo la Misa tradicional. Para los integristas el vetus ordo agota las posibilidades de celebración de la Eucaristía y en él no cabría ninguna otra interpretación que destaque el valor de banquete o de comunión que tiene el sacrificio eucarístico. Además se olvida de que lo único que es tradicional en el sentido estricto que tiene la palabra Tradición en teología es la Eucaristía, no su forma de celebración, que es contingente y refleja las diferentes épocas históricas. Es evidente que estamos ante un empobrecimiento tremendo de la Eucaristía al reducirla al vetus ordo, rito, por otra parte maravilloso. Es también evidente que hay una confusión entre tradición y costumbre, diferencia que tomo del libro de Congar, Verdadera y falsa reforma en la Iglesia.

B) Una determinada interpretación de la relación natural-sobrenatural

Es frecuente encontrar en las actitudes integristas una manera de entender la relación natural-sobrenatural que rompe el equilibrio y también la autonomía del orden natural. El orden natural, el de las realidades creadas, es bueno y ha sido creado por Dios. La gracia, perteneciente al orden de lo sobrenatural, asume la naturaleza y la lleva a su perfección. El Concilio afirma, en el número 36 de GS la autonomía y el valor del orden natural y el modo de entender su autonomía, texto que fue comentado por san Juan Pablo II en la audiencia del 2 de Abril de 1986. Cierto es que el orden natural está necesitado de redención, y la anhela, pues gime con dolores de parto esperando la plena manifestación de los hijos de Dios. Pero, por la simplicidad de algunos planteamientos integristas, a veces el orden natural aparece negado o minusvalorado, o incluso considerado como malo. Así, una de las manifestaciones del integrismo es la tentación de considerar mediocre a quien usa y valora el orden natural, y se invita a prescindir o ignorar lo natural como algo que hay que hacer para vivir la santidad.

Así, recuerdo que una vez, mucho tiempo ha, cuando fue elegido Papa Juan Pablo I, una persona me decía, escandalizada, que se reía a carcajadas por el Vaticano. Ciertamente era una persona con problemas psicológicos, pero que habían sido agravados por los círculos integristas en los que participaba precisamente por sus problemas psicológicos.

Este desprecio del mundo natural se traduce en un rigorismo espiritual que a la larga o rompe a la persona o esta lo abandona quizá cayendo en el extremo contrario de una relajación moral considerable como reacción ante el rigorismo.

Esta manera de entender la relación natural-sobrenatural tiene consecuencias políticas, pues la base de la democracia está en la autonomía de las realidades creadas. Si solo cuenta lo sobrenatural, es fácil que se caiga en actitudes cercanas a la teocracia o se desprecien las cuestiones naturales en favor de lo sobrenatural. Se manifiesta también en actuaciones laicales políticas desde arriba, que buscan modificar la sociedad para instaurar e Reino de Dios desde las instituciones. La redención creo va por otro camino y esto tiene consecuencias para la acción política de los laicos.

En el fondo puede darse una mala interpretación de la Encarnación. Recordemos que el Verbo encarnado trabajó durante muchos años de artesano en Nazaret, un ejemplo precioso de la relación natural-sobrenatural.

C) Primado del orden intelectual sobre el orden de la caridad

Otro rasgo de la forma mentis integrista es la primacía del orden intelectual sobre el ordo amoris. Esta actitud se traduce en una preocupación excesiva por juzgar la ortodoxia de las personas e ideas junto con una preocupación vital rayana al nerviosismo por ello. No es de extrañar que se caiga en un un primado de la normatividad como actitud espiritual.

Es conocida en teología la discusión sobre el intelectualismo tomista. De la discusión sobre si es primero lo conocido o lo querido y si se puede conocer una cosa sin que haya intervenido previamente la voluntad concluye la subordinación de la ortopraxis a la ortodoxia. Esto nos sirve para juzgar si el espíritu integrista está presente en una web. Quizá habrá que ver si los sacerdotes que escriban en ella tienen vida pastoral intensa, se dejan el pellejo en caritas, por poner un ejemplo, si dan fruto en sus apostolados, etc. Siempre recordaré a este respecto la importancia que un profesor que tuve en el seminario daba a que los curas pisásemos barro en los pueblos, cuando en España todavía había muchos pueblos que no tenían todas sus calles asfaltadas. Quizá quien supedite el ordo amoris al orden intelectual esté interiormente movido a erigirse juez de la ortodoxia de los demás, en vez de a dejarse la piel en el ministerio sacerdotal.

Al ponerse en segundo plano el ordo amoris se cae en la primacía  de lo normativo en detrimento de la sana libertad y creatividad que deja la Iglesia en muchas de sus acciones. No es raro que en los ambientes integristas se viva la normatividad canónica o rubricista de un modo opresivo no estando presente el principio recogido por el código que la salus animarum es el criterio de interpretación de todas las normas del derecho canónico.

Sin embargo, los santos se santificaron por la vivencia de la caridad, no por la obediencia a las normas. Lo evangélico es el primado de la caridad, lo cual no significa negar la importancia de la ortodoxia. Si Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia llegó a la santidad es por su respuesta a su vocación de ser el amor en el corazón de mi madre la Iglesia. La caridad es el motor de la santidad, y confundir vida cristiana con normatividad es no tener asimilada la teología paulina de la libertad y de la garcia. En otras palabras, el Espíritu Santo no podrá actuar en una persona si esta no es libre interiormente para seguir sus inspiraciones, y esto difícilmente se puede dar si se prima la orotodoxia o la norma por encima de la ortopraxis.

D) Un cierto simplismo maniqueo en la división del mundo en buenos y malos

Aun cuando es un poco exagerado epígrafe de esta sección, algo de esto hay. Es muy fácil caer en la tentación de identificar lo mío con lo bueno y lo de fuera con lo malo. Una de las dificultades que tuvo que superar san Agustín para su conversión fue la doctrina maniquea que profesó durante su estancia en la secta de Mani. Mutatis mutandis, una de las tentaciones a las que estamos sometidos es la simplificación de dividir y encasillar a las personas en las categorías de «bueno», «malo», o las similares «progresista», «conservador». Esta división es consecuencia de la simplificación epistemológica mencionada. Y lógicamente nadie quiere comulgar con lo malo, y esto le lleva a considerar «malo» lo que no coincide con el planteamiento propio. Haciendo una analogía con la postura agustiniana, la superación del integrismo pasa por abandonar este neo maniqueísmo para poder descubrir la presencia de Cristo. El cristianismo no es un club de ortodoxos, sino personas enamoradas del Señor porque han sido redimidas por él, y viven como discípulos suyos. Participan del amor de su corazón hacia toda la humanidad y quieren vivir el evangelio. Por ello, las categorías de progresista-conservador son una rémora para ello.

Dos reflexiones para terminar.

Creo que la tentación integrista no es nueva o proviene del pensamiento europeo de los siglos XIX o XX. Cierto que en el XIX español existió un partido político integrista que fue una escisión carlista y que hubo movimientos similares en Francia. Pienso que el integrismo como tentación ha estado presente en toda la historia de la Iglesia, desde el Montanismo de Tertualiano pasando por el Donatismo, el Catarismo o el Jansenismo francés. De la misma manera que De Lubac dedicó su segundo tomo sobre Joaquín de FIore al «fiorinismo» en la historia, pienso que sería muy interesante un estudio sobre la presencia de estos elementos de pensamiento que tienen bastante de debilidades psicológicas y búsquedas inconscientes de seguridad que debilitan el acto de fe que nos lleva al confianza en un Dios en el que no vemos pero sabemos presente en nuestra historia.

Y por otra parte, pienso que es una gran tentación para nuestros días pues se dan varios factores que la hacen muy potente. Por una parte, su sencillez intelectual; por otra, la gran crisis de lectura de la actualidad. Añadimos que la lectura de los libros de los maestros ha sido sustituida por los blogs de Internet y que el abuso de las redes sociales ha debilitado la capacidad de pensar, tenemos los elementos necesarios para sustituir la fe por la ideología integrista debilitando la acción de la Iglesia igual que en los años 80-90 se debilitó al secularizarse por las teologías citadas al principio.

Creo que esto es un problema real en nuestros días, al que el Papa Francisco ha dedicado numerosas alusiones en sus homilías en santa Marta. Aunque parezca chic y atractivo, caer en las redes del integrismo dificulta mucho ser discípulo de Cristo pues desvirtúa el seguimiento de Cristo cambiándolo por una ideología.

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Nota

[1] Aldana, R. (2012). La crítica de Maurice Blondel al integrismo. Toletana: cuestiones de teología e historia, 26, 219-231

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