¿Se puede equivocar el que obedece?

El que obedece no se equivoca, ¿o a lo mejor sí?

A veces he oio esta frase; la he oído en ambientes en los que se quiere vivir la espiritualidad ignaciana. Este pequeño artículo quiere precisar algunos conceptos en torno a esta afirmación, pues creo que no siempre se entiende bien.

1) Breve historia de la espiritualidad ignaciana.

Este es un tema que requiere de mayores precisiones; pero a grandes rasgos podemos distinguir tres grandes etapas en la evolución de la espiritualidad ignaciana, que corresponden con lo que se llama la primera compañía, la segunda y la tercera.

Es evidente que san Ignacio no dejó escrito ningún manual de espiritualidad ignaciana. Lo que llamamos espiritualidad ignaciana es el resultado del trabajo que Dios hizo en su alma, y su respuesta a la gracia de Dios. San Ignacio fue un don de Dios en su contexto histórico del siglo XVI español. Fue nuestro siglo de oro, aunque utilizar etiquetas es siempre simplificar y reducir. Y al simplificar se pierde la riqueza de la pluralidad y al reducir se pierden muchos matices que requieren estudio y reflexión para su comprensión. Nuestra tarea es trasladar sin tergiversar lo que Dios hizo en san Ignacio al siglo XXI. Es por tanto, una tarea de discenimiento.

Dios eligió a san Ignacio y mediante su respuesta actuó en la historia en los inicios de la modernidad, esto es en el renacimiento. San Ignacio, mediante su experiencia de conversión y de discernimiento espiritual, fundó la Compañía de Jesús, y ésta fue en su tiempo un instrumento de reforma en la Iglesia hasta nuestros días. El contexto renacentista sigue presente en nuestros días, pero se le han añadido elementos nuevos con la evolución de la modernidad. El discernimiento debe tenerlos en cuenta, algunos para añadirlos a la vida cristiana como la libertad de conciencia tal como la entiende el Concilio Vaicano II, ortos para iluminarlos desde el evangelio. Pongo un ejemplo; san Ignacio iluminó el renacimiento, hoy se trata de iluminar la posmodernidad, de evangelizarla.

Hay que precisar también un poco, pues la espiritualidad ignaciana está en la Compañia de Jesús.  san Ignacio no fue el único fundador de la Compañía; la Compañía la fundaron san Francisco Javier, San Pedro Fabro, Bobadilla, Coduri, Polanco, Nadal, y los primeros compañeros. Por eso, para conocer la espiritualidad ignaciana hay que conocer su origen, hay que conocer la historia  original de la compañía de Jesús. como vivían, como entendían el apostolado, la relación con la Iglesia, la vida común, etc. Esto lo hacían de maneras muy distintas. Así, bajo el término espiritualidad ignaciana se encierra una riqueza enorme, potencialmente incluida en el libro de los ejercicios que deja un a gran espacio a la libertad.

Con el trascurso del tiempo, esta espiritualidad fue evolucionando y en esta evolución tuvo una gran influencia Mercuriano, cuarto general después de san Ignacio. Mercuriano decretó un modo de entender los ejercicios en el que se cerraba la puerta a la vida mística, y quizá contribuyó a que se redujera la oración ignaciana a un ejercicio fundamentalmente intelectual en la que se aprecia un cierto temor a lo afectivo-contemplativo-místico. Quizá las circunstancias históricas, en las que campaban a sus anchas el quietismo y el iluminismo, requerían esta interpretación, pero hoy en día se ve esta intervención como el inicio de una segunda etapa en la espiritualidad ignaciana, interpretando, por lo tanto, reduciendo, el modo ignaciano de orar. Se empiezan a poner lo cimentos de lo que se llama hoy la segunda compañía, cuya evolución termina en el Concilio Vaticano II, con el advenimiento de la llamada tercera compañía durante el generalato del p. Arrupe. Simplemente menciono esta etapa, pero no la comento, pues no comparto esta interpretación de san Ignacio, ni esta adaptación de su vida y carisma a los tiempos actuales.

Para entender la evolución de la segunda compañía es importante leer libros de historia, por ejemplo, durante la crisis jansenista. Tengo una biografía del arzobispo Palafox, beatificado por la Iglesia, y es muy interesante leer todas las luchas de poder políticas de la época en las que el jansenismo estaba de trasfondo. Hoy que tenemos perspectiva histórica para juzgar esta época podemos entender cómo y por qué la espiritualidad ignaciana evolucionó de los ejercicios espirituales tal como los vivieron los primeros fundadores a los ejercicios tal como se daban en esta época o en las épocas anteriores al Concilio al final de la llamada segunda Compañía.

Este final fue una época de gran voluntarismo. Y de aquí viene la reducción de la espiritualidad ignaciana al ejercicio voluntarista de prácticas y penitencias tan típica de los años 1940-60 en España y que todavía pervive en algunos ambientes espirituales, no exentos de un cierto integrismo. Es en este contexto en el que se repite la frase que citábamos al principio como propia de la espiritualidad ignaciana “el que obedece no se equivoca”. Repetir esta frase sin ninguna matización es a lo que me refiero cuando hablo de voluntarismo. Se presenta como obediencia ignaciana esta obediencia ciega en la que no hay espacio para la inteligencia, la libertad y un tema tan ignaciano como es la representación. Según esto, la perfección en la obediencia está en la simple obediencia, que en los ambientes voluntaristas se puede llegar a exigir incluso a laicos.

2) Análisis de la frase El que obedece no se equivoca, o es su versión más fuerte el que obedece nunca se equivoca

Afirmarla tal cual sin matizaciones considero que es una irresponsabilidad. En primer lugar se puede decir que el que obedece se puede equivocar, y mucho, si no está unido con vínculo de obediencia a quien le quiere imponer su mandato. Recordemos que el vínculo de obediencia es propio de la vida consagrada, esto es de los religiosos, no de la vocación laical, a la que no pertenece el holocausto de la voluntad que es la obediencia. Por ello, un laico sí se equivoca si obedece cuando no tiene que hacerlo. Y quien impone la obediencia se equivoca más, pues ejerce abuso de poder. Este tema es recurrente en el magisterio del actual Papa, pues en el análisis del tema de los abusos sexuales, el Papa es muy críttico con lo que él llama clericalismo. Y entiende por clericalismo el abuso de posición privilegiada para dominar las voluntades de los demás, escondiéndose detrás de esta manera distorsionada un modo de ejercicio del ministerio que puede esconder una personalidad patológica. Este abuso puede llegar al maltrato o a la manipulación de conciencia, pues la conciencia es uno de los ámbitos de la vida pastoral, y ha de ser ejercida con sumo respeto por parte del pastor.

Este forma de entender la obediencia puede ser perjudicial para el súbdito. Va contra su libertad de conciencia, afirmada por el Concilio Vaticano II, y que además debe ser promovida por la Iglesia. Es fuente de personas inseguras, de personas que no viven en actitud de crecimiento espiritual e intelectual, de personas a las que se les limita la libertad interior y por lo tanto, no pueden ser libres para seguir la acción del Espíritu Santo.

3) Entonces, ¿qué es la obediencia?

Es conocida en el ámbito de la espiritualidad ignaciana la división de la obediencia en tres grados: ejecución, voluntad y juicio. La obediencia de ejecución es la de simplemente obedecer lo mandado. Lo hago porque me lo mandan, y basta. La obediencia de voluntad, identifica el querer del súbdito con el querer del superior. Es decir, yo le doy mi voluntad y quiero, lo que él me manda o encomienda. Y la de entendimiento hace lo mismo con el juicio; identifico mi juicio con el del superior.

Evidentemente estos tres grados requieren muchas matizaciones, que las dejo al lector inteligente de este artículo. La obediencia solo tiene sentido en contexto teologal, y para la salvación de las almas; Es un acto de confianza y de fe que la persona hace relegando su voluntad y su entendimiento y entregándoselos al superior como Cristo entregó toda su voluntad y su entendimiento al Padre. Y brota de esta actitud de Cristo. Por eso, la obediencia, que es el holocausto de la voluntad y del entendimiento, solo tiene sentido dentro de la vocación a la santidad que es la vida consagrada, que precisamente hace un voto de obediencia. De aquí la gran responsabilidad de discernimiento que tiene que tener la jerarquía de la Iglesia para la aprobación de las nuevas formas de vida consagrada y los nuevos carismas en la Iglesia. El que obedece así, con este espíritu, ciertamente no se equivoca.

4) Y los laicos, ¿tienen que vivir la obediencia?

Una cosa es la obediencia y otra es la confianza. Sería irresponsable no confiar el médico, sin ser uno médico. Confiar en el médico, confiar en el director espiritual, confiar en al pastor de la comunidad es algo obvio. No hacerlo quizá indique soberbia en la persona. Respecto al director espiritual, la confianza se entiende que es en lo tocante al discernimiento espiritual, esto es, a la búsqueda de la voluntad de Dios. Esto no quita el que en determinados casos pueda haber obediencia al director espiritual, y en determinados casos de la Iglesia los ha habido, pero la relación con el director espiritual normalmente no es una relación de obediencia sino de discernimiento.

Conclusión: vivir el espíritu de obediencia

La confianza, la obediencia y el discernimiento están relacionadas entre si. Un buen discernimiento hará que tenga confianza y espíritu de obediencia en quienes tienen responsabilidad en las comunidades cristianas. Y el discernimiento y el espíritu de confianza me harán vivir la representación ignaciana, tal como san Ignacio la explica en la carta de la obediencia, escrita a los estudiantes de Coímbra que querían entrar en la Compañía de Jesús. Es un buen texto para terminar este artículo:

Con esto no se quita que, si alguna cosa se os representase diferente de lo que al Superior, y haciendo oración os pareciese en el divino acatamiento convenir que se la representásedes a él, que no lo podáis hacer. Pero, si en esto queréis proceder sin sospecha del amor y juicio propio, debéis estar en una indife­rencia antes y después de haber representado, no solamente para la ejecución de tomar o dejar la cosa de que se trata, pero aun para contentaros más y tener por mejor cuanto el Superior ordenare.

P. Javier Igea