Mi experiencia del Sínodo
Obispo Robert Barron
21 de noviembre de 2023
Ahora que he tenido un poco de tiempo para retomar mi ritmo normal y reflexionar sobre la experiencia bastante extraordinaria del último mes en Roma, me gustaría compartir algunas impresiones del Sínodo sobre la sinodalidad, aunque intentaré no desobedecer la petición del Papa de que nos abstengamos de hablar sobre participantes y votos concretos. Me limitaré, pues, a comentar el documento publicado que aprobaron los sinodales y mis propias intervenciones durante las deliberaciones.
Este documento expresa con mucha precisión el hecho de que la preocupación abrumadora de los miembros del sínodo era escuchar las voces de aquellos que, por diversas razones, se han sentido marginados de la vida de la Iglesia. Este motivo fue el denominador común en todas las sesiones preliminares previas al sínodo y ocupó un lugar destacado en el documento de trabajo que sirvió de base para nuestras discusiones. Mujeres, laicos en general, comunidad LGBT, personas con discapacidad, jóvenes, hombres y mujeres de color, etc. se han sentido despreciadas y, lo más importante, excluidas de las mesas donde se toman decisiones que afectan toda la vida de la Iglesia. Puedo asegurar a todos que su demanda de ser escuchados fue escuchada, alta y claramente, en el sínodo. Y me alegro que así fuera. La Iglesia está destinada a anunciar el Evangelio a todos (todos, todos, todos , como bien dice el Papa) y reunirlos en el Cuerpo de Cristo. Por lo tanto, si hay grupos grandes de católicos que se sienten excluidos o marginados, este es un problema pastoral importante que debe abordarse con humildad y honestidad. Y puedo decir, como alguien que ha sido administrador eclesiástico a tiempo completo durante los últimos doce años, que estoy encantado de recibir el consejo de los laicos con respecto a prácticamente todos los aspectos de mi trabajo. Ampliar el número y la diversidad de quienes puedan ayudar a los obispos en su gobierno de la Iglesia es algo bueno y bravo para el sínodo por explorar esta posibilidad.
Sin embargo, una pregunta que planteé varias veces en las conversaciones en grupos pequeños fue si, en nuestro entusiasmo por incluir a las personas en el gobierno de la Iglesia, olvidamos que la vocación del 99 por ciento de los laicos católicos es santificar el mundo, llevar a Cristo a los ámbitos de la política, las artes, el entretenimiento, la comunicación, los negocios, la medicina, etc., precisamente donde tienen especial competencia. En términos generales, me preocupaba que tanto el Instrumentum Laboris como las conversaciones sinodales estuvieran mucho más preocupados por el ad intra que por el ad extra , y esto a pesar de que el Papa Francisco ha estado pidiendo constantemente una Iglesia que salga de sí misma. En varias ocasiones durante el Sínodo propuse el modelo de la Acción Católica que fue, en el período preconciliar, un medio muy eficaz para formar a los laicos para su misión en el mundo.
Otro tema importante de las discusiones del sínodo fue la relación o la tensión percibida entre el amor y la verdad. Por un lado, debemos dar la bienvenida a todos, pero para que esta acogida no se convierta en una forma de gracia barata (usando el término de Dietrich Bonhoeffer), y al mismo tiempo debemos convocar a aquellos a quienes incluimos a la conversión, a vivir según la verdad. Como se puede sospechar, esta cuestión se concretó en torno al acercamiento a la comunidad LGBT. Prácticamente todos en el sínodo sostuvieron que aquellos cuyas vidas sexuales están fuera de la norma deben ser tratados con amor y respeto y, nuevamente, felicitaciones al sínodo por exponer este punto pastoral de manera tan enfática. Pero muchos participantes en el sínodo también sintieron que nunca se debe dejar de lado la verdad de la enseñanza moral de la Iglesia con respecto a la sexualidad. Una de las intervenciones que hice en la asamblea plenaria fue sobre este tema. Observé que, cuando los términos se entienden correctamente, no existe una tensión real entre el amor y la verdad, porque el amor no es un sentimiento sino el acto por el cual uno quiere el bien de otro. Por lo tanto, uno no puede amar auténticamente a otra persona a menos que tenga una percepción veraz de lo que es realmente bueno para esa persona. Sostuve que podría haber una tensión entre la acogida y la verdad, pero no entre el amor auténtico y la verdad.
Una tercera área de interés/preocupación para mí se centró en la noción de misión. El término «misión» se utilizó constantemente en los textos que consideramos y en las conversaciones que mantuvimos. Que la Iglesia es una misión, por usar el lenguaje de S. Pablo VI fue algo que los miembros del sínodo daban, y esto constituye una apropiación significativa y muy alentadora de las enseñanzas del Vaticano II y del magisterio papal posconciliar. La incansable enseñanza de Juan Pablo II sobre la nueva evangelización evidentemente se ha abierto camino en el corazón y la mente de la Iglesia mundial. Pero había, al menos en mi opinión, bastante ambigüedad en torno al significado de la palabra misma. A juzgar por lo que leemos en el Instrumentum Laboris , la misión parecía, la mayoría de las veces, designar la obra de la Iglesia en favor de la justicia social y la mejora de la situación económica y política de los pobres. Brillaban por su ausencia en los textos sobre la misión las referencias al pecado, la gracia, la redención, la cruz, la resurrección, la vida eterna y la salvación, y esto representa un peligro real. En efecto, la misión principal de la Iglesia es proclamar la resurrección de Jesucristo de entre los muertos e invitar a los hombres a ponerse bajo su señorío. Este discipulado, sin duda, tiene implicaciones para la forma en que vivimos en el mundo, y ciertamente debería llevarnos a trabajar por la justicia, pero debemos tener claras nuestras prioridades. Lo sobrenatural nunca debe reducirse a lo natural; más bien, el orden natural debería ser transfigurado por su relación con el orden sobrenatural.
Un último punto –y aquí me encuentro en franco desacuerdo con el informe sinodal final– tiene que ver con el desarrollo de la enseñanza moral con respecto al sexo. Se sugiere que los avances en nuestra comprensión científica requerirán un replanteamiento de nuestra enseñanza sexual, cuyas categorías son, aparentemente, inadecuadas para describir las complejidades de la sexualidad humana. Un primer problema que tengo con este lenguaje es que no parece apreciar la tradición ricamente articulada de reflexión moral en el catolicismo, un excelente ejemplo de la cual es la teología del cuerpo desarrollada por el Papa San Juan Pablo II. Decir que este sistema multidisciplinar, filosóficamente informado y teológicamente denso es incapaz de manejar las sutilezas de la sexualidad humana es simplemente absurdo. Pero el problema más profundo que tengo es que esta forma de argumentación se basa en un error categorial: es decir, que los avances en las ciencias, como tales, requieren una evolución en la enseñanza moral. Tomemos el ejemplo de la homosexualidad. La biología, la antropología y la química evolutivas podrían darnos una nueva visión de la etiología y la dimensión física de la atracción hacia el mismo sexo, pero no nos dirán nada sobre si el comportamiento homosexual es correcto o incorrecto. La consideración de esa pregunta pertenece a otro campo del discurso. Es preocupante ver que algunos de los miembros de la conferencia episcopal alemana ya estén utilizando el lenguaje del informe del sínodo para justificar importantes reformulaciones de la enseñanza sexual de la Iglesia. Me parece que hay que resistirse a esto.
Lo mejor del sínodo fue, por supuesto, el contacto estrecho con líderes católicos de todo el mundo. En mis diversos grupos pequeños, y durante las muy animadas pausas para el café, conocí a obispos y laicos de Filipinas, Indonesia, Malasia, Lituania, Hong Kong, Alemania, Canadá, México, Argentina, Austria, Australia, y muchos más. Las cuatro semanas en Roma fueron una oportunidad única y privilegiada para sentir la catolicidad de la Iglesia de Cristo; y te guste o no, este tipo de encuentro te cambia, obligándote a ver que tu visión de las cosas es una perspectiva entre muchas.
Todas estas ideas y experiencias del sínodo continuarán el próximo año filtrándose en la mente de la Iglesia, en preparación para la segunda y última ronda el próximo octubre. ¿Puedo invitar a todos a continuar orando por el trabajo que nosotros, los miembros del sínodo, debemos realizar tanto en el ínterin como en el Vaticano el próximo año?